jueves, 15 de julio de 2010

Cuando los ojos imaginan haber visto


Para Adriana, que lloraba de muerte

A veces, las menos, me entero que el olvido es poco. Cuando los ojos imaginan haber visto, cuando el cuerpo se detiene y parece decir, Mira, aquí está esto que creías perdido, olvidado, pero que ha permanecido a pesar del tiempo. Así Serafina Baladro, cuyo apellido quiere decir grito, alarido o voz espantosa, cuando vio aparecerse a Simón Corona entre la gente, cuando ya no sabía que lo llevaba dentro. Así yo de ver a Serafina andar descalza, convertida en numen de mi noche.
Serafina que mueres de amor, estabas ya muerta de olvido. Yo olvidado de haberte perdido te fui a encontrar más grande y más bella en medio de aquel escenario, como quien ve que las cosas que cambian también saben mantenerse iguales, semejantes al día en que fueron encontradas.

Hubo entre los aplausos promesas que no fueron dichas por haber sido imaginadas, o quizá porque fueron, por descuido, deslizadas desde tu infinita bondad hasta mi boca. Promesas que no serán rotas por el tiempo, pues están hechas con palabras empíreas, palabras sin eco, palabras de olvido. Palabras que nunca fueron no pueden ser borradas.

Ver alguna imagen representada es lo que me pasó. La imagen de haberte conocido en otro tiempo. La imagen de saber de ti y de haberte querido, Serafina, de hablar contigo en un lenguaje sin nombre. Algún día te encontraré de nuevo y me dirás si las palabras que nunca dijiste fueron ciertas, si sigo estando a tu lado, si todo el daño estaba oculto en otros fines.

Cuando termine la historia sabrás que acompañé tu llanto. Te prefiero así, desconocida, olvidada como las cosas que permanecen en un rincón infinito, siempre fiel a ese margen de olvido que nos une. Así te prefiero, llorando de muerte mientras yo lloro de olvido.

miércoles, 14 de julio de 2010

John Rabe

Hace días que vengo queriendo hablar de John Rabe y Nanking, dejar algún registro de haberme enterado, bien o mal, de una historia de ocupaciones hechas por hombres contra otros hombres. Poco más que esto puedo decir, a no ser confesar el haber ignorado, hasta no entrar en aquella sala de cine, que hubo un tiempo en que trescientas mil almas fueron borradas de este mundo, consumidas por el fuego de la guerra en un lugar remoto, o que imagino remoto, pues todo es relativo, ya se sabe, que se llama Nanking. Sabrá perdonar quien se encargue de hacer estos juicios mi falta de conocimientos, mi poca instrucción histórica acerca del hecho. Yo me vine a enterar así, en una sala de cine. Vi a un hombre salir de una muerte perenne, de una muerte que llevaba grabada en la piel, lo vi atravesar una ciudad en ruinas hasta llegar a un muelle. Le envidio el destino, le envidio el barco que encontró en el muelle, el barco que lo esperaba siempre. Hablo del Rabe de ficción, que el otro no se sabe si haya tenido barco esperándolo a la hora de partir, yo prefiero creer que sí.

lunes, 5 de julio de 2010

La sonata a Kreutzer

Este mi cuaderno olvidado, en él escribo:

En el capítulo XXXIII de La sonata a Kreutzer aparece la siguiente cita, La música hace que lo olvide todo, la verdadera situación en que me hallo y hasta a mí mismo; me hace creer en todo aquello que no creo y comprender lo que no comprendo dándome un poder que no tengo. Las palabras las encontré así, de manera repentina, como Tolstoi quería.

Beethoven, de cuya sonata nº9 Tolstoi tomó prestado el nombre, murió en 1827, en Viena. Un año después Tolstoi nació en Yásnaia Poliana. Beethoven nació en Bonn en 1770 y Tolstoi, cuando viejo, se fue a morir a una estación de tren en Astápovo en 1910. La primera sonata, la de Beethoven, está dedicada por un malentendido a Rodolphe Kreutzer, la segunda, de Tolstoi, se abre con dos epígrafes de los evangelios. Fechas sueltas sin sentido, falsas coincidencias.

Lo que me conmovió irrefrenablemente fue hallar, en tres o cuatro líneas de una novelita, el peso necesario para acercar, hasta volver una sola, la sonata y la sonata. Hallar que mi olvido, ese estado en el que alcanzo a comprender todo lo que de otro modo no podría, ese estado que llamo literatura, está unido a ese otro olvido, que no es sino el mismo, de negras y redondas. Hallar que si digo, Del silencio es, no hay palabras, no queda música ni literatura, queda un tiempo para volver a creer en todo aquello que no creo, queda una sola sonata de olvido.