miércoles, 5 de octubre de 2011

Chez le Roi de Pologne


Traje los cuadros. Sé que decirlo es mentira, porque el primero estaba aquí desde el comienzo, Nada puede contener todo el sol en las banderas de la primavera invencible, Canto general, X. El fugitivo, XII, sería un tonto de capirote si no recordara las imitaciones y las fotografías y los barcos y sus mujeres. El segundo cuadro tiene tres hombres mirando al cielo que empieza a derramar la lluvia, un rompecabezas que no es una litografía, Joan Miró, Chez le Roi de Pologne, 1966. Si alguien estuviera aquí, ahora, sosteniendo entre sus manos la taza blanca, me gustaría decirle que en 1896 Alfred Jarry estrenó su Ubu Roi, que la obra fue cancelada inmediatamente después de los disturbios ocasionados durante la primera función, merdre, que exactamente setenta años después, Miró compuso la serie de litografías Suites pour Ubu Roi, donde aparece la ya citada Chez le roi de Pologne, pero el cuadro es otro, y para terminar este rompecabezas hubo que buscar arduamente la última pieza entre los sillones de la misma sala donde me sentaba a leerle las historias del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha a mi prima, y sus ojos permanecían abiertos mientras escuchaba, sin entender una palabra, escuchaba con los ojos abiertos, sentada en mi regazo, apoyando su cabeza contra mi pecho. El tercer cuadro aún no llega, y nada tiene que ver con todo lo que hasta aquí ha sido dicho, es una fotografía de las manos de una mujer bañadas por el agua de un grifo. La fotografía es mía. Las manos siempre estuvieron cerca, hasta que un día desaparecieron.

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